Hay algo de interesante en los ciclos que vamos cerrando. Primero que todo, ya el hecho de poder hacerlo es una excelente señal: de que estamos vivos, que podemos decidir y que a través de ello podemos aprender.
La vida en su totalidad está hecha de ciclos. Hay circunstancias que comienzan, otras que terminan: un matrimonio, un trabajo, la vida en un lugar para irnos a vivir a otro, etc.
Todo, para dar comienzo a algo nuevo. Una y otra vez.
Así como reconocemos que existen estos ciclos , también es necesario reconocer que en ocasiones nos aterra que algo se termine , es por esto, que desearíamos no cerrarlos nunca, teniendo la esperanza de que todo se mantenga estable en nuestra vida.
Si, porque la mayoría de las veces nos gustaría seguir viviendo y disfrutando la vida tal y como la conocemos. En la zona segura.
Recuerdo que hace un par de décadas tenía un amigo. Nos llevábamos bien y hablábamos horas y horas por teléfono (cuando no existían los smartphones aún). Cuando coincidíamos en alguna fiesta, era hablar y bailar, siempre juntos, toda la noche.
Un día, estaba en una reunión y sin mirar hacia atrás supe que él venía. No sé por qué, pero sentí su energía desde el otro extremo del lugar en donde estábamos y SABÍA que él había llegado. Cuando me di vuelta y lo vi, un frio aire me recorrió todo el cuerpo y supe en ese momento que él era alguien demasiado importante en mi vida.
Cuando comencé a verlo como a algo más que un amigo, empecé a confundir todas las cosas y de pronto, todo el interés que tenía él por hablar conmigo – cosa que ya venía haciendo desde hace tiempo- era para mi una señal de que ambos sentíamos lo mismo.
Pero no.
Cerrar ciclos se hace necesario cuando hay cosas , situaciones o personas que de una u otra manera ya no nos contribuyen. Soy de esas mentes que piensan -y lo digo desde mi punto de vista- que a lo largo de la vida todo sucede por algo: conocemos a gente por algo, trabajamos en tal sitio por algo, vivimos en tal lugar por algo. Nada en la vida es tan “por casualidad”. Si hay algo que nos enseña, es la experiencia.
Cuando reconocemos que algo ya no nos hace feliz, tomar la decisión de dejarlo, es un acto que requiere de una gran dosis de valentía. Lo mismo sucede con las personas. Por mucho que nos duela , a veces es necesario alejarse para ver las cosas desde una perspectiva diferente y seguir nuestro camino. Cerrar ciclos se hace necesario, incluso si se convierte en algo doloroso; es un camino que se nos presenta lleno de incertidumbres y nos deja con una sensación de soledad que es muy difícil de gestionar. ¿Cómo iba a ser tan fácil tomar la decisión de alejarme?
Recuerdo que en casa, cuando alguien contestaba el teléfono y me decía que era él, -quien estaba al otro lado de la línea-, aquello era lo más parecido a la felicidad extrema, pero cuando mis expectativas de que algo más ocurriera entre él y yo no se cumplían, extrañamente dejé de sentirme feliz.
Comencé a experimentar niveles de ansiedad, tristeza, inquietud… como nunca antes. Dejé de ser yo misma y caí en una espiral de muy baja autoestima. A pesar de que seguíamos bailando y también, pegados horas y horas al teléfono, todo cambió.
Hoy , cuando miro hacia atrás, me pregunto por qué no pude ver más allá y dejar que las cosas siguieran fluyendo y es entonces cuando viene a mi, la certeza de que esa historia fue tal y como tenía que ser, porque me enseñó mucho más de lo que jamás hubiera imaginado aprender.
Una tarde, nos juntamos a comer en un lugar en El Centro de la ciudad y le hablé de mis sentimientos. Deseaba de alguna manera ponerlo “contra las cuerdas”. Después de todo, tenía un 50% de posibilidades de cumplir esas expectativas. Me la jugué y fallé, y no solo eso; a él le desagradó profundamente que su gran amiga se haya ido por el otro lado.
Y la amistad se rompió, de forma irremediable.
Hoy, reconozco que una parte de mi deseaba cerrar ese ciclo. Es por esa razón que fui y me lancé con todo. Estaba enamorada. ¿Quién no ha hecho locuras por amor? Luego de eso, mi cerebro se encargó de borrar muchas cosas que ocurrieron durante las semanas siguientes , y lo único que sí recuerdo y de forma muy clara, era cómo me dolía el cuerpo de tanto llorar. Estuve encerrada un domingo completo sin querer ni poder hacer nada más.
Y la vida continuó…
A pesar de todo, haber cerrado ese ciclo en particular y otros tantos en mi vida ha sido muy reconfortante, porque finalmente entendí, que por mucho que duela, son solo experiencias que pasan a través de nosotros y que en muchos casos son para mejor. Si algo duele hay que cerrar y sanar. Después de todo, es tan poco lo que llega a nuestra vida para quedarse, que como dice la canción “cambia, todo cambia”.
Creo que han pasado unos 20 años desde aquel triste momento. Por supuesto que después de tanto andar ya no volví a ser la misma. Tal vez, tenga que vivir alguna situación parecida en el futuro. O no. Eso quien lo sabe. No obstante, de lo que si estoy muy segura, es que si fuese así, la vida me traerá cosas nuevas para aprender.
Es la magia de vivir y de la mano de ella, poder crecer.